PEPITO NO SIEMPRE FUE MALO

Así es mi amigo, y mis hermanos, ese famoso niño de los cuentos, no siempre fue lo que ahora se cuenta de él, lo que usted va a escuchar a continuación, tal vez nunca lo había escuchado acerca de Pepito.

Resulta que, en el salón de la escuela, donde estudiaba Pepito, hubo una ocasión en que continuamente se perdían los lonches que llevan los alumnos, y para evitar eso, el maestro les propuso que, se dieran 30 varazos en la espalda cuando se tomara el alimento de uno de los estudiantes, y todos quedaron en común acuerdo.

Cierta ocasión, Pepito no llevó lonche a la escuela y para le hora del recreo sentía un dolor en su estómago a causa del hambre que traía y, mientras estaba sobando su panza, miró que en una de las mochilas de los compañeros, se encontraba un lonche que no había sacado uno de los alumnos; mientras seguía aumentando su dolor, se dirigió hacía la mochila del compañero, y mientras tomaba el lonche, uno de los alumnos que iba entrando al salón, lo encontró y en seguida, lo comunicó a todos su compañeros y al maestro.

Ya estando reunidos todos en el salón, el maestro dijo las siguientes palabras:

“Quedamos que se darían 30 azotes cuando se tomara el alimento que no fuera de uno, así que pásale Pepito”.

Entonces Pepito se dirigió hacia el escritorio y se acomodó para recibir los 30 azotes; antes de que el maestro diera el primer azote, un joven alumno, de cuerpo muy bien formado, brazos fuertes y espalda ancha y firme, el cual nunca había platicado una palabra con Pepito, levantó su mano y expresó: “Maestro, usted dijo que se darían 30 azotes, pero no quedamos en que era obligatorio que el que tomara el alimento, sería el mismo que los recibiera” –A lo que el maestro respondió que estaba en lo correcto aquel joven. Entonces el muchacho se puso en pie y mientras caminaba hacia donde estaba el maestro, se quitaba su camisa, y al llegar, hizo a un lado a Pepito y pidió que se le dieran a él los 30 azotes, los cuales recibió en seguida.

Al término de la clase, Pepito se dirigió al joven que había tomado su lugar y le dijo: “¿por qué hiciste eso por mí, si ni siquiera nos conocemos?” –A lo que el joven respondió- “porque tú no hubieras podido soportar ni siquiera 10 azotes, con ese cuerpo tan delgado y débil que tienes”. Pepito, entonces procedió a agradecerle el que le haya librado de aquél dolor tan grande y pidió que si podía ser su amigo, a lo cual accedió el joven.

¡Lo ves! ¿de seguro que nunca habías escuchado esta historia sobre Pepito, verdad? Sin embargo, esta historia tan conmovedora, nos recuerda que alguien tomó el lugar que tú yo merecíamos, ¿Cuál lugar? ¿Y qué persona? El mismo Señor Jesucristo, quien decidió pagar la deuda que nosotros teníamos por causa de nuestros pecados, con Dios. Él voluntariamente decidió entregar su vida para salvarnos de nuestros pecados, y de esta manera, librarnos del castigo eterno que nos esperaba por llevar aquella vida llena de pecado. El apóstol Pablo nos dice que Dios mostró su grande amos para con nosotros que, siendo aún pecadores, Cristo, nuestro Señor, murió por nosotros, Romanos 5:8. ¡Sí hermano! Al igual que aquel joven que le libró a Pepito, de esa manera y aún más, Cristo nos libró de la ira venidera del Padre.

Ahora, lo que nos toca, no es pedirle simplemente que sea nuestro amigo, sino mostrar ese agradecimiento por haber muerto por nosotros, para que fuéramos libres de pecado. Agradecerle por esa nueva vida que nos ha dado; por habernos reconciliado con Nuestro Padre Celestial. Y recordando cada PRIMER DÍA DE LA SEMANA ese sacrificio, cual no habrá otro igual, y la promesa que nos hizo, de que pronto volverá por Su Iglesia, para llevarnos con él. Esto es lo que debemos recordar, tener en nuestra mente, cada domingo, al participar del fruto de la vid y del pan sin levadura, que es la cena del Señor… ¡Gracias Padre Celestial por el sacrificio de tu Hijo!

Omar Barajas